Tras una infancia feliz, pese a las penurias de la posguerra, ingresó a los diez años en un «Oblatado» trapense. Allí cursó los estudios de Humanidades, Filosofía y Teología, fiel a la disciplina monástica. Pero las doctrinas del Concilio Vaticano II provocaron una tormenta turbadora, contradictoria entre su educación y el «Aggiornamento » o actualización, iniciada por Juan XXIII.
Sigue luego una etapa de angustia existencial, dura y enriquecedora, en evolución hacia una identidad propia, acorde con sus convicciones. Más que «memorias», prefiere hacernos sus «confesiones»: De niño oblato a monje, sacerdote, su ministerio, reducción al estado laical, marido y padre de familia.
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